miércoles, 2 de marzo de 2011

Revolution 2.0

I Los libros del profesor Sharp
Gene Sharp tiene 83 años y desde hace más de 4 décadas se dedica a propagar estrategias subversivas pacíficas. Es considerado certeramente el Maquiavelo de la no violencia. Una de sus obras, escrita para la oposición birmana en 1992 y titulada From dictatorship to democracy: A conceptual framework for liberation, ha sido el manual absoluto de las revoluciones en el siglo XXI. Para todos los movimientos organizadores de disturbios exitosos -Otpor en Serbia 2000, Kmara en Georgia 2003, Pora en Ucrania 2004, KelKel en Kirguistán 2005 o 6 de Abril en Egipto 2011- este libro ha resultado poco menos que un Nuevo Testamento. En El Cairo, por cierto, se repartieron las copias del manual con el nombre anglosajón del autor traducido directamente al árabe: Profesor Dharib.
Ya en 1989 para desordenar a la RDA los disidentes de la decisiva IFM –una de las dos únicas entidades opositoras no teledirigidas por la Stasi– se orientaron por The Politics of Nonviolent Action de 1973, algo así como el Viejo Testamento de Gene Sharp. Por su parte, los separatistas lituanos usarían en 1991 Civilian-Based Defense: A Post-Military Weapons System, otro manual de Gene Sharp recién publicado en 1990, para resistir la embestida de Moscú.
Uno de los discípulos aventajados de Gene Sharp es el serbio Srdja Popovic, otrora figura de Otpor. Durante los últimos años las conferencias de Popovic sobre resistencia civil en la Universidad de Belgrado han sido visitadas por una nutrida audiencia, compuesta casi toda por estudiantes árabes.
¿Qué predica Gene Sharp? En esencia son unas pocas estrategias: la protesta no violenta; la desobediencia civil; la persuasión continua; las huelgas; el boicot comercial; el enfrentamiento pacífico a los órganos represivos; y la no colaboración con las autoridades y las organizaciones de la dictadura. Las tácticas, por el contrario, son muchas. La friolera de 198 métodos aparece en su Nuevo Testamento subversivo. Para el ex profesor de Harvard las rebeliones populares deben ser preparadas antes de que aparezca un detonador. Y hay varios principios que no pueden abandonarse: la no violencia, la disciplina táctica y el plan original. La violencia conduce a la masacre y el fracaso, como en Tiananmen. La indisciplina implica la derrota prematura. Y si se muda espontáneamente la ruta prefijada -por ejemplo, ante un cambio o una maniobra de la dictadura- la protesta no conseguirá triunfar.

II El dilema de Tullock
Si un politólogo de Ohio es el arquitecto de las revoluciones modernas, para entender la estática de sus estructuras sociales es preciso acudir a un economista de Illinois de 89 años llamado Gordon Tullock.
Co-fundador de la Teoría de la Opción Pública, el profesor Tullock escribió en 1971 un texto titulado The Paradox of Revolution. Se trata de uno de los estudios más precisos sobre algo tan inexacto como la conducta humana. Tullock sería aquel ingeniero que, calculadora en mano, explicaría al arquitecto Sharp que la cúpula elíptica que diseñó sobre elegantes columnas se vendrá abajo antes de terminarla.
Tullock demuestra -digámoslo sin rodeos- que entre más inteligente es el pueblo menos rápido se acaba la dictadura. Dentro de esa lógica la tiranía no se tambalea mientras la necedad popular no alcanza un peso crítico, que en el actual caso árabe ha llegado con la temeridad juvenil de la mitad de la población. En todo caso, cuán terribles sean la pobreza y la opresión no juega ningún papel para el estallido social.
Dando por sentado el descontento general, la ecuación de Tullock es de una evidencia elemental. Para el éxito de una revuelta popular son necesarios cientos de miles o millones de personas. Si se llegan a reunir tantos, no tiene peso que yo participe o no. En cambio, si participo pero no llegamos a ser suficientes -con el consecuente descalabro-, entonces sufriré severas consecuencias. Luego, es obvio que la única elección inteligente para mí es no participar.
Por suerte, en esa fórmula hay una variable atenuante de la irracionalidad revolucionaria: la convicción de que lo pagaré caro si fracasamos. Es decir, si en el pueblo no abundan los necios, la única forma de estimular la dinámica subversiva es alterando esa variable. Hay que rebajar la expectativa de castigo.
Veámoslo más de cerca. La expectativa se compone de dos factores: la severidad del castigo y la probabilidad de recibirlo. La severidad suele ser casi constante. No puede disminuir de otra forma que por decreto del propio régimen, o sea, mediante una inopinada gorbacheada. La probabilidad, por su parte, es muy difícil de calcular. Es, además, una cuestión altamente subjetiva. De hecho, no se trata tanto de que sea menos alta o más baja, sino de que sea calculable de alguna manera. Entre más incierta, tanto más tremenda y aterrorizante. De ahí que las dictaduras de milicos sean tan frágiles y las dictaduras de chivatos sean tan sólidas. El número de uniformes, toletes y pistolas se puede contar. Empero, el número de lenguas denunciantes es incalculable, tiende paranoicamente al infinito, y en la práctica convierte a la expectativa de castigo en un valor fijo mayor.
Cada dictadura que pretenda durar está obligada a reclutar el máximo de chivatos.
Lo repito: la red de vigilancia en esencia lo que hace es impedir que el sujeto con potencial disidente pueda definir su expectativa de castigo. Así el individuo razonablemente prudente no se mueve. No obstante, hay una forma de contrarrestar ese efecto: el tumulto. Aquí entra a colación la sicología de las proporciones, un tema que se ha estudiado muy bien en los estadios de fútbol. Si se juntan 100 chivatos con 10 opositores en un ambiente caldeado, habrá una golpiza garantizada para los segundos. Si los disidentes son 1.000, entonces los 100 chivatos se limitarán a tomar nota. Si son 10.000 los opositores, los 100 chivatos se concentrarán en no hacerse notar. Si los disidentes son 100.000, una parte de los chivatos gritarán contra la dictadura. Una muestra idóneo de lo aquí expuesto ocurrió en Bucarest el 21 de diciembre de 1989 frente a la sede del CC del Partido Comunista Rumano. Con mucho bulto y descontento un bien ejecutado desorden disminuye la expectativa colectiva de castigo hasta niveles subversivos. Personalmente pude comprobarlo antes en minúscula escala. Por ejemplo, convirtiendo una asamblea comunista de depuración de estudiantes infieles en todo lo contrario mediante algo tan simple como una emotiva confrontación al margen por elocuentes desavenencias personales con un intransigente y antipático fiel del sistema.
Cada dictadura que pretenda durar está obligada a evitar los tumultos descontrolados.
Luis Hartmann, febrero 26
http://www.gacetadecuba.com/2011/02/26/revolution-2-0/